lunes, 25 de julio de 2011

La Universidad, los estudiantes y su identidad histórica


Licda. Norma Guevara de Ramirios

Más de 60 mil estudiantes, de las Facultades Multidisciplinarias de Oriente, Occidente y Paracentral se forman en la Universidad de El Salvador. La inmensa mayoría son jóvenes que ingresan con la esperanza de lograr una carrera que les permita desempeñarse y servir al país. La tradición más connotada de nuestra alma mater ha sido la de estar al lado del pueblo, ha buscado ser conciencia crítica, espacio propicio para entender la realidad del país. El orgullo universitario bien entendido es y ha sido ser parte de una comunidad activa, estudiosa y fecunda; sin duda alguna, el heroísmo de los jóvenes que se revelan ante lo injusto, que logran resultados, ha estado siempre, pero el episodio del 30 de Julio de 1975 sintetiza el sacrificio de todas las épocas y, por ello, se ha convertido en un punto que va más allá de la recordación, para envolver la consecuencia de su identidad y tradición de lucha.

La consecuencia de hoy, la mística y vínculo con esa tradición implica buscar y descubrir aquél momento, por eso los estudiantes de hoy, los profesionales de hoy y estudiantes de ayer requieren una y otra vez encontrarse con ese pasado reciente en el cual la brutalidad de un régimen y la dignidad de una generación chocaron en la masacre estudiantil. La brutalidad quedó atrás, la dignidad sigue siendo distintivo que perdura y se vuelve más grande.

Roberto Miranda López, Carlos Fonseca, Ebert Gómez, Domingo Aldaba y todos los héroes, conocidos y desconocidos ofrendaron su vida aquél 30 de Julio de 1975, a ellos les recordamos hoy para demandar con la misma fuerza, que se haga justicia, que se diga la verdad desde los victimarios.


¿Porqué los estudiantes marchaban aquélla tarde? ¿porqué la respuesta a una protesta pacífica fueron las tanquetas, las balas, los gases, la captura, la tortura y la muerte? ¿qué efectos tuvo el acontecimiento en la conciencia estudiantil, universitaria y nacional? Todas estas interrogantes hay que despejarlas para los jóvenes estudiantes de hoy y para las generaciones de salvadoreños y salvadoreñas que impulsan la lucha por la justicia social, la democracia y las transformaciones de nuestro país.


Los estudiantes marchábamos aquella tarde para denunciar la intervención militar del Centro Universitario de Occidente que había ocurrido en el marco de las fiestas patronales de Santa Ana. Los estudiantes preparaban en Santa Ana su tradicional desfile bufo. Era una práctica hecha tradición: referir el humor al cuestionamiento de verdades obvias, como el hecho de que estábamos lejos de ser “el país de la sonrisa” por el solo hecho de haber sido sede de una competencia para definir la Miss Universo.


Los estudiantes marchábamos porque sabíamos que la autonomía de la Universidad había sido invadida y muchos estudiantes fueron golpeados en el occidente y salieron por los cafetales. ¿Cómo no reaccionar con dignidad frente a esa brutalidad que irrespetó principios elementales como la libertad de expresión, la autonomía, la integridad de la comunidad universitaria en uno de sus centros de enseñanza?

La brutalidad de la respuesta es inexplicable. Uno puede pensar que el régimen procuraba mantener el silencio de su agresión, pues los medios de comunicación no cubrían noticiosamente semejantes agresiones y la marcha en la que el estudiantado se incorporó masivamente, con miles de estudiantes, incluidos los de secundaria y profesores, buscaba simplemente que el pueblo supiera lo que había ocurrido y pretendía cuestionar la complicidad y silencio de las autoridades superiores de entonces.

Como ya se sabe, la marcha avanzaba y su cabeza llegaba al hospital del Seguro Social en la 25 Avenida Norte, los últimos venían por el Hospital Bloom y, frente al Hospital Rosales, aparecieron las tanquetas. La marcha se desvió hacia la 3ra Calle y fue atacada en los dos flancos, produciendo centenares de víctimas. Muchos se saltaron el puente a desnivel, otros el muro del Seguro, otros lograron llegar a colonias como la Tutunichapa. La tarde se oscureció con el humo de gases, las balas alcanzaron al menos a dos estudiantes, causándoles la muerte y a otros dejándoles heridos. No se supo y no se sabe toda la magnitud de los daños, la brutalidad indujo al silencio a algunos familiares de víctimas, a otros les empujo a tomar niveles de conciencia superior, pero nunca más pudo ser ignorada la brutalidad del régimen de la dictadura. Ya no eran las masacres a campesinos en silencio en Chinamequita, Tres Calles, etc. Era en San Salvador y a plena luz del día.

Es preciso analizar punto por punto la respuesta que emergió de una conciencia dormida en diversos sectores de la sociedad. Despertar ayer y hoy es parte de esa identidad estudiantil universitaria. ¡Vivan los héroes y mártires!

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