domingo, 16 de mayo de 2010

CINE: IRON MAN 2



Por Enrique Pérez Romero

La privatización de la frivolidad

Es lamentable, pero creo que podría suscribir casi al cien por cien la crítica de Iron Man (Jon Favreau, 2008), que ya hice en esta misma publicación. Lo cual quiere decir, evidentemente, que esta segunda parte apenas si aporta nada nuevo (ni bueno) a lo ya hecho, algo que es común a buena parte del cine estadounidense contemporáneo. Quizá lo más destacable de este nuevo juguete digital sea la ausencia de todo complejo a la hora del planteamiento, tanto en la forma como en el fondo. Así, la primera escena de la película incluye unos ¿espectaculares? planos aéreos de fuegos artificiales que nos dicen sin vergüenza lo que va a ser el filme, precisamente: fuegos/juegos de artificio. Y en cuanto al contenido, la escena en que Iron Man/Tony Stark (Robert Downey Jr.) se vanagloria, ante un auditorio enfervorecido, de haber «privatizado la paz», lo dice también todo.

Lo que yo creo que demuestra esa escena, y la película en su conjunto, es que lo que parece camino de privatizarse es la estupidez. Es curiosa la diferencia entre el Imperio Romano y nuestra moderna civilización: allí el poder político y económico se reunía en torno a un circo para ver morir en la arena a los esclavos; en el capitalismo imperante actual, los mileuristas nos reunimos/se reúnen ante las pantallas para disfrutar del espectáculo de los sonrientes millonarios… que lo son… gracias a nosotros (bien sea en forma de modelos despampanantes, pilotos de Fórmula 1, futbolistas de élite o personajes del corazón). Iron Man 2 es, precisamente, la entronización de ese modelo de sociedad: mujeres bellas (Scarlett Johansson, Gwyneth Paltrow), lujos tecnológicos, adoración por el poder, veneración por el dinero… y carreras de Fórmula 1. Y no lo es sólo porque la película refleje ese mundo, sino porque lo refleja mediante un lenguaje metaaudiovisual (buena parte de las imágenes están enmarcadas como retransmisiones televisivas) y, sobre todo, porque no busca en el espectador sino el placer pasivo de la observación, sin generar un solo espacio cinematográfico para la reflexión o el cuestionamiento. Que todo ello esté impulsado, en el argumento del filme, por grandes corporaciones (simbolizadas por la grosera publicidad, otra vez, de Audi), me lleva a afirmar esa privatización de la frivolidad/estupidez, que el entregado público (dentro del filme y fuera de él) consume compulsivamente.

Pero lo peor de un cine como el que representa Iron Man 2 es que no ofrece ni un solo elemento que, ni siquiera tangencialmente, suponga algo novedoso. Que tengamos que ver una película con superhéroe para volver a presenciar la misma escena de aterrizaje en la azotea, del brazo de la chica, 32 años después de Superman (Richard Donner, 1978), es realmente desolador. El filme es, en cierto modo, un pastiche de las peores tendencias del cine estadounidense actual: la realización de segundas partes (etc.) o remakes hasta la náusea; el juego con la técnica digital como única fuente de creatividad visual; la alusión diegética y escenográfica de pantallas alternativas (televisión, consolas, teléfonos móviles…) como único marchamo de modernidad; el reciclaje de viejas glorias que aparecen como meros componentes del decorado (Mickey Rourke); una tendencia ideológica anclada en el más rancio conservadurismo yanqui; el ruido y la furia como exclusivos enganches para el espectador… Así las cosas, quienes ya hemos visto muchas películas de este tipo, y sabemos todo lo que esperar de ellas a los diez minutos, hilamos dos horas de bostezos continuados. Al menos, quien esto firma.

Pero, del mismo modo que la ciudadanía ciega que protagoniza Iron Man 2, el gran público bendice con sus euros semejantes espectáculos y, así, hace más millonarios a quienes se exponen en este execrable circo romano a la inversa, incentivando que sigan vendiéndonos una y otra vez el mismo producto por un precio cada vez mayor. Debe ser por la misma razón que los bancos se están salvando gracias al dinero de nuestros bolsillos, sin que nadie les exija, a cambio, modificación alguna en sus vergonzantes comportamientos. Y es que todo lo que ocurre en la sociedad está conectado por invisibles hilos, por inaudibles ecos que resuenan constantemente a nuestro alrededor. Por eso es tan fácil reconocer a Berlusconi en el espectáculo televisivo a mayor gloria de Stark con que comienza la película; por eso es inevitable recordar a George W. Bush tras el discurso militarista del filme. Y es que, si de verdad queremos seguir colectivamente apoyando esta vergonzante orgia de la frivolidad, hay que asumir que quizá algún día nos gobierne alguien como Iron Man (el 1 o el 2, que son el mismo). Porque, en el fondo, Robert Downey Jr… es tan simpático

Fuente:http://www.miradas.net

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