viernes, 19 de marzo de 2010
CULTURA
Muere Matilde Elena López, escritora salvadoreña y militante contra el martinismo
Luis Alvarenga
Rebelión
Matilde Elena López falleció de una pulmonía, según lo informó un matutino este viernes. Tenía 91 años, los últimos de los cuales los pasó cobijada por su hija Floritchica y sus nietos, en su casa de Antiguo Cuscatlán. Había borrado muchos recuerdos, útiles e inútiles, de su mente y quizás su único habitante era el amor.
Matilde Elena López fue maestra y amiga de varias generaciones de escritores salvadoreños. No pretendo decir con esto nada nuevo, nada que otros —y yo mismo— no hayan dicho antes. En un mundillo literario y artístico como el salvadoreño, donde una muestra de amistad es tan frecuente como la proverbial gota de agua en el desierto, López se interesaba por lo que hacían los demás escritores.
Pero hacía esto último de una forma desinteresada. Sí: se interesaba por la obra de los otros de forma desinteresada, aunque esto parezca un oxímoron. Nunca anduvo buscando crear capillas en torno a su persona. Lo hacía porque estaba consciente de que en este país los obstáculos para el escritor son múltiples, y que un consejo, una crítica, una apreciación a veces valen mucho más que el subsidio del Estado con el que sueñan muchos.
Fue una mujer luchadora desde su juventud. Se rebeló contra la injusticia estructural de este país y militó activamente en el Partido Comunista, en una época dura, la del martinato, esto es, la dictadura de doce años (1932-1944) del general Maximiliano Hernández Martínez, erigida sobre los huesos de las víctimas de 1932. Era una jovencita cuando participó en las jornadas de lucha contra el tirano. Es memorable su intervención en la toma de la radioemisora YSP, en la que tomó los micrófonos para anunciar que Hernández Martínez había caído. "¡Ha sonado la hora de la liberación!", anunció. El grupo con el que llevó a cabo la acción no sabía que el dictador se las había arreglado para neutralizar la asonada militar que se había erigido en su contra. No había terminado López de anunciar la caída de Martínez, cuando los militares cortaron la energía eléctrica. "¡Mataron a la Mati!", dijeron en su casa. Pero afortunadamente, la joven escritora no había muerto. Pero tuvo que abandonar su país.
Estuvo exiliada en Guatemala, en el tiempo de la Primavera guatemalteca, es decir, la revolución de 1944-1954 De ello da cuenta el testimonio del militante comunista salvadoreño Miguel Mármol, recogido por Roque Dalton. Al igual que Mármol y otros cuadros comunistas salvadoreños, López estuvo muy cercana a la fundación del Partido Guatemalteco del Trabajo. Volvió al país, después de vivir en Ecuador (donde su hija Floritchica participó en una protesta estudiantil), y se incorporó a la vida académica.
El suyo es un ejemplo de una mujer que reivindicó la dignidad intelectual de las mujeres salvadoreñas. En la academia ejerció la docencia, pero también importantes cargos dentro de la Universidad de El Salvador. Pero esto no nubló su corazón. Lejos de convertirse en una persona movida solamente por el amor al poder temporal que dan los cargos, fue patente su vocación de servicio cuando los desempeñó.
El gran sentido de su vida era la literatura y el compromiso con las mayorías. Es la primera autora que cultiva sistemáticamente el ensayo literario, el cual es un género que sigue siendo incipiente en el país. Pero en su corazón habitaba la poesía. La poesía fue su compañera en la persecución y el exilio. Lo fue también cuando los cuerpos represivos de la época —eran los años de la guerra— asesinaron a su segundo esposo, el pintor César Pompilio Chávez.
Una pérdida de este tipo reseca cualquier vida. No la de Matilde Elena López. Al zarpazo de la muerte, ella le respondió con el amor, así como su admirada Antígona lo hizo para reivindicar la dignidad de su hermano muerto ante las leyes tiránicas.
Guardemos silencio ahora. Que hable la maestra, la amiga:
Preguntas si llegó
La primavera
Radiante no me ves
La cara
Como si el sol
Iluminara adentro.
No sientes que la vena
Casi estalla
De júbilo y alborozo,
De alegría
Y no ves que estallan
Los colores
Del blanco hasta el oscuro
Y hasta el fondo
De aquella noche
Noche de profundis.
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