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La econom铆a de plataformas es la 煤ltima mutaci贸n del viejo virus neoliberal: una maquinaria que promete libertad mientras perfecciona nuevas formas de servidumbre. Bajo el disfraz seductor del “s茅 tu propio jefe”, millones de j贸venes son absorbidos por una estructura laboral que los exprime con la misma brutalidad de siempre, pero ahora con una sonrisa de colores pastel y un eslogan de motivaci贸n pegado en la frente. Noam Chomsky reconocer铆a en este fen贸meno la consumaci贸n m谩s elegante —y m谩s c铆nica— de la manufactura del consentimiento: trabajadores agradecidos por su propia precarizaci贸n.
La narrativa del emprendedor nace como mito funcional al poder. No describe la realidad: la maquilla. Se presenta como la emancipaci贸n del individuo frente al Estado y frente al jefe, pero en verdad es la disoluci贸n de toda protecci贸n colectiva, el desmantelamiento de las seguridades m铆nimas, la conversi贸n del trabajador en un n谩ufrago solitario que debe competir ferozmente por migajas. Esa soledad no es un accidente: es el proyecto central del neoliberalismo. Atomizar, separar, quebrar cualquier lazo que pueda transformarse en resistencia.
Uber, Rappi, PedidosYa, Didi: todas son variaciones de la misma trampa. El trabajador ya no es un trabajador sino un “socio”, palabra dise帽ada para anestesiar. No tiene contrato, pero tiene “libertad”. No tiene derechos, pero tiene “flexibilidad”. No tiene salario, pero tiene “oportunidad de crecimiento”. En esta neolengua corporativa, cada p茅rdida se traduce como una ganancia. Es la alquimia perfecta de la explotaci贸n: convertir la precariedad en virtud.
Chomsky nos ofrece las herramientas para destripar esta maquinaria ideol贸gica. El modelo de propaganda muestra c贸mo los cinco filtros medi谩ticos trabajan hoy al servicio de las plataformas. La propiedad de los medios garantiza que su discurso sea hegem贸nico. La publicidad compra silencio a cambio de prestigio. Las fuentes oficiales —los CEOs, las consultoras, los think tanks— producen un relato tecnout贸pico que se repite sin cuestionamiento. La disciplina de la cr铆tica aplasta cualquier disidencia que intente se帽alar la brutalidad estructural. Y el enemigo ideol贸gico se redefine: el sindicalismo, la regulaci贸n estatal, cualquier gesto de organizaci贸n colectiva se demoniza como obst谩culo para el progreso.
El resultado es un consentimiento d贸cil, casi entusiasta. J贸venes que pedalean doce horas al d铆a sin seguro, sin obra social, sin indemnizaci贸n, convencidos de que est谩n emprendiendo. Choferes que se endeudan para trabajar, que ponen el auto, la nafta, el cuerpo, y adem谩s agradecen la oportunidad. Un ej茅rcito de “aut贸nomos” que viven m谩s controlados que un obrero de f谩brica del siglo XIX, monitoreados por un jefe que no descansa, no explica, no da la cara: el algoritmo.
La violencia de este sistema no necesita gritar. Es silenciosa, eficiente, higi茅nica. El trabajador internaliza la culpa de su pobreza: si no gana lo suficiente, es porque “no se esfuerza”, “no se organiza bien”, “no trabaja las horas pico”. El neoliberalismo ha logrado su victoria m谩s macabra: convertir la explotaci贸n en elecci贸n personal. No hace falta reprimir: basta con convencer.
La econom铆a de plataformas no es el futuro del trabajo. Es un retorno disfrazado al siglo de la desprotecci贸n total, pero con marketing. Es la explotaci贸n 2.0: m谩s barata, m谩s d贸cil, m谩s limpia. Y el mito del emprendedor es su catecismo, la doctrina que mantiene a millones encadenados mientras creen estar despegando.
La verdad es cruda: no somos jefes de nada. Somos trabajadores sin derechos, programados para aceptar la degradaci贸n como si fuese libertad. Y mientras sigamos creyendo en el espejo roto del emprendimiento individual, el neoliberalismo seguir谩 perfeccionando su artilugio m谩s siniestro: lograr que amemos las cadenas que jam谩s elegimos.
Porque el mito del emprendedor no es solo una mentira. Es una ingenier铆a cultural que transforma la precariedad en virtud y la desigualdad en elecci贸n. Es la narrativa que permite que un sistema profundamente injusto funcione con sorprendente estabilidad. Y es, tal vez, el triunfo m谩s sofisticado del neoliberalismo: lograr que los j贸venes celebren las cadenas que llevan puestas, creyendo que son alas.
Texto: Gabriel Artes Visuales
Imagen: El Roto

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